17M. DÍA CONTRA LA LGBTIQA+FOBIA

SOMOS #MÁSQUEUNAETIQUETA

Mirar a la sociedad sin apreciar la diversidad y pluralidad que acoge en su seno es verla sólo en blanco y negro y negar que la realidad es arcoíris. Nuestras sociedades siempre han sido diversas en su composición y ahora más como fruto de la globalización y de los cambios en los medios de comunicación e información, en las formas de vida y también en las formas de vivir el amor, las sexualidades o las identidades de género.

               Poner nombres (homosexual, lesbiana, bisexual, asexual, trans, identidad no binaria…), sentir orgullo y no vergüenza de lo que se es, ha servido para mostrar una realidad rodeada de tabúes que permanecía oculta, reprimida y hasta castigada con cárcel y que sigue siendo hoy motivo de discriminación, desigualdad y violencia.

               Nuestro país tiene motivos para estar orgulloso. Hoy en día somos una sociedad abierta, de las más avanzadas del mundo en el reconocimiento de los derechos de las personas LGBTIQA+. Ello no niega la existencia de límites, problemas y discriminaciones. Según datos del Ministerio del Interior, a lo largo de 2019, se registraron en España un total de 1.598 delitos de odio, lo que supone un 8,3 % más que en 2018, y ello sin contar todos aquellos casos que no son denunciados, que son la mayoría. Persisten los estereotipos acerca de lo que es o no es una persona LGBTIQA+, la discriminación en el empleo o en el trato e incluso algunas personas las siguen tratando como enfermas. Sigue pendiente una “ley trans” que dé respuesta a los problemas de cambios de nombre y a las necesidades de personas trans y con identidad no binaria desde un enfoque despatologizador y respetuoso con los derechos humanos y con el bien superior del menor. Es necesario un mayor y mejor debate social, menos polarizado y confrontado, donde se les dé voz a las personas trans, centrado en la búsqueda de las mejores respuestas, que ponga el énfasis en resolver los problemas a los que se enfrentan estas personas y, en particular, las que están en peor situación.

               Ponerle nombre a lo que pasa, “una etiqueta”, puede ser necesario para desvelar discriminaciones, pero las personas somos mucho más que una categoría. Es necesario distinguir entre las estructuras generadoras de desigualdad y la forma en que se expresan en cada persona. En la identidad de las personas inciden factores sociales (estatus económico, género, discapacidad, etnia o color de la piel, habitar en zona rural o urbana, edad…) e individuales (historia personal, estructura y relaciones familiares, características de la personalidad…) que nos construyen como personas. Mirar a los “otros-otras-otres” como seres homogéneos, con idénticas vidas, ideas, creencias o intereses es negar la realidad y contribuir a asentar las fronteras y estereotipos existentes. Todas las personas somos únicas e irrepetibles.

               Vivimos en épocas de incertidumbre (COVID-19 y riesgo de futuras pandemias, emergencia climática, incremento de la desigualdad, cambios en los medios de comunicación e información…) que están llevando a algunos grupos sociales a replegarse, prescindiendo del resto y dañando nuestra convivencia y la deliberación social. Existe también una mayor tendencia a concebir las identidades (sexuales, de género, nacionales, religiosas…) de forma esencial, homogénea, estática y delimitada por fronteras cerradas y rígidas que sirven de caldo de cultivo a la confrontación, la polarización y la exclusión de quienes no cuadran en esas etiquetas. Las reivindicaciones LGBTIQA+ son uno de los ejes de la confrontación política y social en muchos países.

               Necesitamos más puentes y menos fronteras, reforzar los valores que compartimos (igualdad, libertad, empatía, solidaridad, justicia social…) como cemento que nos cohesione. Construir una sociedad que atienda a la diversidad de orientaciones y expresiones de la identidad es un asunto que no sólo compete a las personas LGBTIQA+; acabar con los procesos de desigualdad y exclusión es una tarea ineludible en una sociedad democrática. No se trata de un asunto que sólo les afecte a ellas, sino que afecta a la calidad democrática de nuestra sociedad y nos habla de lo que somos, de cómo construimos la vida en común y del ensanchamiento de nuestros márgenes de libertad y de felicidad para todas las personas.

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